#ElPerúQueQueremos

mujer, tu cuerpo es un campo de batalla.

Publicado: 2013-04-08

No había caminado más que unos cuantos metros cuando sentí un empujón en la espalda. Alguien me apretó con fuerza contra la pared, me manoseó rápidamente y con violencia, e instantes después se alejó pedaleando en su bicicleta. Ni siquiera corrió. Se alejó tranquilo, como si nada hubiese pasado. Yo me quedé parada en la vereda, nerviosa y asustada. Solo atiné a gritar insultándolo, pero nunca volteó a mirarme.

Aunque aunque a veces lo olvidemos, la verdad es que nuestro cuerpo es siempre un campo de batalla y el solo hecho de que andemos con él por la calle es, para algunos, una declaración de guerra. Si bien en Lima, la memoria es un concepto frágil y en constante riesgo de disolución, siempre podremos contar con que hay una cosa que no podremos olvidar nunca: que existen personas para las cuales nuestro cuerpo no es tan sujeto de derechos como los suyos. Que, como mujeres, habitamos un cuerpo anónimo, instrumental, prescindible y descartable.

Creo que por eso estoy escribiendo esto. Lo que me sucedió quizá pueda ser minimizado por algunos como una anécdota trivial; a fin de cuentas, no salí herida físicamente y es cierto que el mal rato que pasé no es comparable a la violencia que experimentan miles de mujeres todos los días. Pero cuando esa persona me empujó contra una pared, sentí que por un instante me arrebataba de todo eso que me hace ser quien soy, que me reducía a un cuerpo vacío. De pronto, me vi convertida en un objeto que podía ser humillado, utilizado y agredido para el disfrute de alguien más. Ese acto de violencia me despojó momentáneamente de mi integridad y mi autonomía, y la mejor manera que se me ocurre de recuperarlas es escribiendo al respecto.

No puedo imaginar lo que sienten las cientos de miles de mujeres que son violadas todos los años, pero sí sé lo que es la impotencia de sentirse como un botín de guerra en tu propia ciudad. Sé lo que es sentir culpa por algo que no has hecho. Vivimos en una sociedad que constantemente nos enseña a justificar al agresor antes que a simpatizar con la víctima y cuando la bicicleta de mi agresor dobló en la esquina y me quedé nuevamente sola en la calle, mi primera reacción fue mirar mi propio atuendo, buscando entender qué cosa en mi había provocado ese ataque. Me tomó un buen rato entender que lo que había sucedido no era mi culpa. Las mujeres escuchamos tanto sobre cómo evitar ser violadas, agredidas o acosadas, que cuando algo nos sucede, sentimos siempre que es responsabilidad nuestra.

Siempre he creído que para combatir una injusticia el primer paso es resistirse a su invisibilización,  que es necesario verbalizar aquello que otros intentan silenciar. El abuso y el acoso sexual del que las mujeres somos víctimas no puede reducirse a algunos hechos aislados, sino que se trata de una injusticia social extendida. Nos convierte en ciudadanas y personas de segunda categoría, tanto frente a los ojos de los demás como en la manera en que nos percibimos a nosotras mismas y la manera en que nos entendemos nuestra presencia en relación a los espacios públicos que transitamos, los empleos en los que nos desempeñamos y las personas con las que compartimos nuestra intimidad. Cuando el odio y el desprecio que algunos hombres sienten hacia las mujeres se convierte en algo que debemos asumir como normal, cuando la violencia se convierte en una experiencia cotidiana, empezamos a creer – al igual que nuestros agresores – que nuestras vidas valen menos. Cuando asumimos que nuestras vidas valen menos, callamos las injusticias que se cometen contra nosotras y nos convertimos en eso que ciertas personas creen que somos, nos condenamos a la subalternidad. En cierta forma, este post va dedicado a ese desconocido que me empujó contra una pared y nunca más volteó a darme la cara. Porque en cierta forma no logró lo que quería. Porque creo que al haberme motivado a contar esto, él ya perdió.


Escrito por


Publicado en

todavía en lima

Cuando todos se iban, yo me quedé. Todavía sigo intentando entender por qué. Escribo sobre política, cultura, espacio público y cambios urbanos en Lima. El blog va mitad en plan de catársis, mitad en serio.