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Cuando la intolerancia exige tolerancia

Publicado: 2013-11-29


En la exposición Art, dos punts en el MACBA de Barcelona, un video intercala imágenes de la vanguardia artística española del siglo pasado con registros de procesiones y desfiles del franquismo. El mensaje es evidente, aunque no por eso menos efectivo. De un lado, la vida; del otro, la muerte. Y entre ambas, nada. Entre la libertad y el fascismo no existe plataforma común ni equivalencia, no se trata de dos posiciones que puedan coexistir en el mismo espacio. Para que una exista, la otra no puede ser. Y, en el caso de que ambas se enfrenten, se vuelve imperativo escoger bando.

En este enfrentamiento, equiparar ambas posiciones sería un error que solo puede explicarse por flojera intelectual, cinismo descarado o una triste combinación de ambos. A pocos se les ocurriría, hoy en día, intentar hacerlo. Habría que tener muy poca vergüenza para pensar que los campos de concentración del nazismo, la represión soviética o las leyes segregacionistas del Apartheid eran equiparables a la lucha de quienes se enfrentaban a ellos. Intuimos, sin necesidad de pensarlo demasiado, que era necesario cerrar filas frente a la represión y el autoritarismo. Y nos reiríamos en la cara de quien sugiriera que quienes lo hicieron pecaron de intolerantes.

Y, sin embargo, en los últimos días, he leído una invocación a la tolerancia tan apasionada que, si no viniera de donde viene, podría ser tomada como una buena señal, como el anuncio de nuevos tiempos, más libres y alegres. Pero, lamentablemente, quienes más encarecidamente exigen tolerancia para con sus ideas, son aquellos que, con sus acciones, demuestran un deseo casi irrefrenable de excluir, denigrar y marginar a todos aquellos que vivan una vida distinta a la que ellos han elegido. Aquellos que consideran la mera existencia del otro incompatible con la suya.

Es curioso, o quizá no, que quienes luchan por una sociedad más inclusiva, libre y plural, recurran con menor frecuencia que sus detractores al argumento de la tolerancia. Quizá porque saben que se trata de una palabra que puede convertirse en un concepto vacío, en un cajón de sastre donde entra casi cualquier cosa. Quizá porque saben que, más que tolerarnos, lo que necesitamos es respetarnos y reconocernos en el otro. Pero, ¿cómo reconocernos en quien desea eliminarnos de la faz de la tierra, negarnos derechos, anularnos?, ¿cómo reconocernos en aquel que hace de su vida una misión por hacer la nuestra imposible?

Cuando los foribundos detractores de la Unión Civil exigen tolerancia es necesario no ceder frente a esta manipulación retórica, sino recordarnos que no pueden querer tolerancia, debido a que no la practican. Se me hace imposible creer que quienes buscan negar derechos a las parejas homosexuales lo hagan porque sienten los suyos amenazados, porque sienten que su matrimonio peligra porque más gente quiera casarse. Es por esto necesario cerrar filas frente a esta intolerancia, porque lo que demandan no es tolerancia para con sus ideas, sino licencia para odiar, para oprimir, para marginar. Licencia para ser parte de esa larga tradición de seres humanos que han hecho de la negación de la vida ajena, el sentido de la suya.


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todavía en lima

Cuando todos se iban, yo me quedé. Todavía sigo intentando entender por qué. Escribo sobre política, cultura, espacio público y cambios urbanos en Lima. El blog va mitad en plan de catársis, mitad en serio.